Giorgio Agamben alude al octavo pecado capital, aquel que ataca de forma inexorable a los monjes en el medievo y del que difícilmente se podían salvar, por eso le llamaban el demonio meridiano, la acidia. Es un estado, mezcla de pereza y melancolía, asociado a esos momentos de la vida donde el ´dolce fare niente´ toma las riendas y nosotros nos dejamos llevar. Estas fotografías reflejan esos momentos preciosos.
El demonio meridiano
